En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 28 de junio de 2011

Quo vadis domine?


Antes de comenzar, propósito de enmienda. Me he propuesto ser más breve. Al final, veremos si lo he conseguido...

En las afueras de Roma, en una cuneta de la Vía Apia, hay una pequeña capilla que alberga, impresa sobre una piedra, unas huellas de pisadas. Cuenta la tradición que justo en aquel lugar se apareció Jesucristo a San Pedro mientras huía de Roma, pues había sido advertido de su posible prendimiento y muerte.

Cuenta la misma tradición que San Pedro, al ver al Maestro que caminaba en dirección a Roma, le hizo la célebre pregunta: ¿Quo vadis, Domine? (¿A dónde vas, Señor?). Y Jesús, sin recriminarle nada, simplemente le dijo que si él (Pedro) se iba de Roma, Él (Dios) tendría que ir en su lugar para volver a ser crucificado.

Pedro, que por fin había aprendido la lección, dio media vuelta y regresó a Roma donde fue martirizado y enterrado...

martes, 21 de junio de 2011

Cargo y encargo


Les dan un cargo y cambian. Y no necesariamente a mejor. Al contrario, la mayoría de las personas reaccionamos mal cuando nos dan una “poltrona”. Entiéndanme: a todos —o a casi todos— nos gusta un dulce. El problema es que tendemos a considerar el cargo como un nombramiento, un triunfo, un premio, un reconocimiento. De forma imperceptible, es fácil comenzar un proceso de endiosamiento que, depende del cargo, su duración y de aquellos que nos rodean, puede llegar a hacernos perder incluso el contacto con la realidad, y con la razón de nuestro estar ahí.

Nuestros amigos seguirán cerca, pero les costará más tener acceso a nosotros. Nuevos “amigos” surgirán, conseguirán acercarse y construirán —con nuestro beneplácito y/o pasividad— una barricada, una maraña de filtros que nos permitan vivir cómodos y ajenos, impolutos. Al final, dejamos de pisar el barro.

Es humano. Vanidad, orgullo, poder, gloria, éxito. No somos inmunes a nada de esto. Todos podemos ser tentados. Nadie está a salvo. Nadie dijo nunca que fuera fácil ser santo. Nadie dijo nunca que fuera fácil colocar nuestro corazón en el tesoro del Cielo.

martes, 14 de junio de 2011

Querer quererle


Aunque no sea literal, visualicen la escena...

Pedro —todavía no santo— y Jesús que le pregunta si le ama más que éstos (en referencia a los discípulos y a todos nosotros). Pedro le responde, pero no exactamente a la pregunta:

—Señor, sabes que te quiero.

Entonces Jesús le vuelve a preguntar —con una pequeña variación sobre la anterior— si le amaba, sin exigirle ser el que más le ama. Pero Pedro tampoco responde con exactitud y repite la frase:

—Señor, sabes que te quiero.

Jesús le vuelve a interrogar, y con un nuevo cambio en su pregunta, sustituyendo el verbo “amar” por el verbo “querer”, que era precisamente el que venía utilizando el discípulo. Y Pedro, ya angustiado, al límite, busca la seguridad de su respuesta en el mismo Jesús, como si comenzase a dudar de sí mismo:

—Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.

martes, 7 de junio de 2011

Desgraciadamente, depende


Hay sacerdotes que llenan los templos, y otros que ahuyentan a la gente. La idea no es mía. La he escuchado en bastantes ocasiones entre personas con responsabilidad dentro de la Iglesia, y también entre seglares más o menos comprometidos. Parece como si la “vida” de una parroquia dependiera del párroco, del cura.

Supongo que algo de eso hay desde el momento que al sacerdote se le entrega el cuidado (“cura”) de las almas de sus feligreses. Desgraciadamente, una asimilación reduccionista de esta visión nos trae al párrafo con que comenzaba esta entrada.

Permítanme centrarme en el adverbio utilizado: “desgraciadamente”.

Miren... Que el sacerdote tenga “cura de almas” no significa que nosotros no la tengamos. Creo que el primer responsable de cuidar de su alma es uno mismo. Despreocuparse de este aspecto, o responsabilizar de cierta dejadez a la actitud o formas de un cura supone —a mi modo de ver— caminar por una línea muy cercana al suicidio. Espiritual, pero suicidio. Quien huye de la Iglesia a causa de un sacerdote se hace daño a si mismo. Y con eso no digo que el presbítero no tenga su parte de responsabilidad...