En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 25 de septiembre de 2012

El buen rebaño


Siempre he pensado —¡vanidad de vanidades!— que junto a la parábola del Buen Pastor en el Evangelio debería aparecer la del buen rebaño. O mejor, de las buenas ovejas. Aquéllas que reconocen la voz de su Pastor y obedecen, se dejan guiar y cuidar por él...

No es una tontería. ¿Cuántas veces sabemos lo que hay que hacer y no lo hacemos? ¿Cuántas veces preferimos hacer oídos sordos a la voluntad de Dios? No siempre nos engañan. En la mayoría de ocasiones nos mentimos a nosotros mismos, nos convencemos de lo que, a nuestro juicio, más nos conviene, menos molesta o incomoda.

Decididamente, no siempre somos un buen rebaño, buenas ovejas, que siguen a su pastor.

Y serlo no significa despreciar el uso de la razón, ni un seguidismo masificante y atontolinado. Ser buen rebaño no implica la desaparición de un espíritu crítico. Precisamente al contrario. Ser buen rebaño significa potenciar la crítica y la reflexión para descubrir y distinguir al pastor bueno del malo. Y cuando la razón no puede darnos respuesta, acudir a la oración.

¡Cuántos en la Iglesia desoyen a sus pastores, que lo son por encargo del único Pastor! ¡Y no siempre por culpa de esos pastores! ¡Cuántas veces por una simple pose, un cliché, sin leer ni escuchar!

¡Bienaventurados los mansos que se dejan llevar por Dios!

martes, 18 de septiembre de 2012

Templos o museos


Hubo una época, hace años, en la que durante el descanso para almorzar, en lugar de hacerlo, huía hasta la Catedral de Valencia para cobijarme en la Capilla del Santo Cáliz y rezar un rato frente a la reliquia de la Última Cena. Literalmente, lo necesitaba más que el comer. No era una buena época. Hoy ya no podría hacerlo, salvo pagando una entrada y como un turista.

Reconozco que las catedrales y algunos templos cuestan mucho de mantener y rehabilitar. También las obras de arte que contienen. Reconozco la simbiosis que existe entre objetos artísticos y de culto en muchas ocasiones. Pero tan molesto me resulta que un grupo de turistas ruidosos, con cámaras y flashes, perturben un ambiente de oración, como el hecho de tener que pagar entrada para rezar o que me condicionen el lugar o el horario donde hacerlo. Y me molesta especialmente porque yo mismo me convierto en uno de esos turistas cuando viajo. En mi descargo diré que procuro ser discreto, no utilizo el flash y guardo silencio...

¿Qué quieren? Es imposible entrar en la Capilla Sixtina y no comenzar a hacer fotos al techo. Da igual los carteles, o que existan libros con magníficas fotografías que nunca podremos igualar con nuestras cámaras a ras de suelo. La pena es que ese afán que nace del reconocimiento artístico o histórico de una obra nos hace olvidar demasiadas veces su verdadero sentido, la razón por la que fue creada: el culto divino. Prácticamente nadie contempla la Capilla Sixtina con esos ojos. Ni tampoco los retablos que presiden capillas y altares...

Arte y culto. Difícil convivencia, al menos en este tiempo poco preocupado de esencias y porqués... Al final habrá que decidir si queremos museos o templos. Lo de cobrar entrada es lo de menos.

martes, 11 de septiembre de 2012

Buenos pastores


De regreso tras un período de descanso. Tenemos muchas cosas que contarnos. Déjenme que comience por una de casi al final, de este pasado sábado por la noche.

Hace treinta años —con dieciocho añitos— quiero pensar que el Espíritu Santo, la Iglesia, la necesidad y la temeridad propia de la edad me puso como monitor —entonces todavía no nos llamábamos educadores— de un grupo de juveniles (13-14 años) del movimiento Junior (tampoco llevaba la “s” final). A algunos de aquellos chavales no les había vuelto a ver desde hace veinte años.

El sábado, y principalmente a través de Facebook —que nadie vuelva a poner en duda en mi presencia la ineficacia de las redes sociales, y menos hablar de la deshumanización que provocan, porque también sirven para lo contrario— organizaron una cena. Y allí nos juntamos nueve de ellos y cuatro de los que fuimos sus monitores.

¡Vanidad de vanidades! Todavía me cuesta cruzar algunas puertas estrechas y no humedecer los ojos...

Ya les iré contando cosas, porque valen la pena.

El caso es que, ya llevábamos varios platos de “picoteo” cuando se me ocurrió sugerirles llamar al que era nuestro párroco hace treinta años y saludarle por teléfono. Aprobación general. Saludamos. El teléfono fue pasando de mano en mano.

Antes de los cafés aquel sacerdote estaba en la mesa sentado con nosotros. Era casi medianoche. Tenía dos entierros al día siguiente. Estuvo un ratito y se marchó, no sin antes invitarnos a sus bodas de oro sacerdotales el próximo 22 de diciembre. Imaginen su edad. Seguro que allí estaremos los trece, y algunos más. Puede que hasta con guitarras y bandurrias.

Don Pepe —que así le llamábamos— fue esa noche la personificación perfecta del buen pastor que, escuchando a sus ovejas “distraídas” por el mundo, acudió en su busca para volverlas a traer hacia él...

En este Año de la Fe que está a punto de comenzar, ojalá todos los que formamos parte de la Iglesia, pero sobre todo sus pastores, sepan descubrir en el mundo a esas personas necesitadas del Pastor, sobre todo, a las que un día estuvieron más próximas y hoy andan medio perdidas. Ojalá que todos, y ellos especialmente, colaboren con el Buen Pastor saliendo en su búsqueda, allí donde se encuentren, para volverlas a traer a casa..