En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 30 de octubre de 2012

Año de la Fe (1): Yo creo...


Creer es el verbo —cronológicamente al menos el primero de ellos— en este Año de la Fe. Creer... Pero, ¿qué es creer?

Decía mi abuela —que en paz descanse— que “fe es creer en lo que no se ve”. Sin duda era una formulación simplista, pero me gusta recordarla de vez en cuando porque, desde su simplicidad, añade un “plus” de gran importancia.

Tener fe no es solo creer en la existencia de Dios, aún con todos los calificativos —padre, bueno, misericordioso, omnipotente, ...— que podamos aplicarle. A Dios podemos llegar incluso a verlo en la Eucaristía, en el prójimo...

El “plus” que aportaba la definición que recitaba mi abuela —quizá sin entender todo su alcance— es el de la confianza. Tener fe va más allá de creer que Dios existe. Tener fe es creer en Dios, confiar en Él, abandonarse a Él.

Y aquí es donde comienzan los problemas. O las exigencias. Creer que Dios existe es más o menos fácil. Confiar en Él y seguir su voluntad ya es más complicado. A Dios, a veces, cuesta entenderle. Y en ocasiones, es simplemente imposible. Ahí entra el “creer en lo que no se ve”, en lo que no se entiende, ni se vislumbra, ni parece lógico...

Benedicto XVI expresa mejor lo que es tener fe: “es encontrar a ese ‘Tú’, a Dios, que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible, que no sólo aspira a la eternidad, sino que la da; es entregarme a Dios con la actitud confiada de un niño, que sabe que todas sus dificultades y todos sus problemas están a salvo en el ‘tú’ de la madre”.

Les recomiendo las catequesis del Papa sobre el Año de la Fe... Aquí encontrarán el texto íntegro de la primera —del que he extraído la anterior cita— en la que, con infinita mayor profundidad y sabiduría, aborda la definición de fe.

lunes, 22 de octubre de 2012

Padres viejos, lecciones nuevas

Mañana cumplen mis padres cincuenta años de casados. Cincuenta años de fidelidad mutua, de compañerismo, de amor y también -es lógico- de momentos mejores y peores, de crisis, peleas..., pero sobre todo de perdón y reconciliación. No es común, con los tiempos que corren.

Y ahí están, mientras escribo, a unos metros de mí. Como un par de novios. Ella sentada en una silla al lado de la cama de hospital donde -seamos realistas- mi padre consume sus últimos días, u horas, instalado en una montaña rusa de ligeras mejorías y largos empeoramientos. Ayer parecía que todo era cuestión de horas y hoy, víspera de su aniversario, solo le faltaba levantarse y salir andando por la puerta (algo que, desde hace 6 meses, es sencillamente imposible).

Puede que influya que sean mis padres, pero es tan tierno verles darse pequeños besos en la boca. Es prácticamente a lo único que reacciona ya él. Pone morritos y besa. A ella. a mí, como mucho, me arquea las cejas. No puede hablar, porque apenas queda airé en sus pulmones. Está la mayor parte del tiempo adormecido. Apenas presiona tu mano cuando la separas de la suya. Pero con mi madre, reacciona. Y ella le dice piropos, abraza su mano y se despide en silencio y sin irse. Lleva todo el mes haciéndolo, pegada a esa cama, forzada a alejarse con chantajes emocionales...

Sin duda, mis padres me están dando una nueva lección. No me atrevo a decir que es la última...

jueves, 18 de octubre de 2012

Señores del tiempo


Supongo que cada uno lo descubre a su manera y en su momento. Puede que incluso varias veces a lo largo de la vida, aunque tendemos a olvidarlo pasado un tiempo...

Definitivamente no. No somos dueños del tiempo. Ni del nuestro, ni del de nadie. Nos empeñamos en hacer planes, aceptar compromisos, aspirar a un futuro moldeado a nuestro gusto.

Pero Dios es el único señor del tiempo y de la historia. Nosotros decidimos sobre nuestras vidas, sí, pero sólo Él conoce los plazos. Y de sus vencimientos es imposible la huída.

Un padre enfermo y en la recta final lo marca todo. La vida sigue, sí. Siguen surgiendo compromisos, trabajos, gestiones, citas ineludibles. Y sin embargo, sabes que en algún momento todos esos planes tendrán que ser aplazados, pospuestos y puede que hasta olvidados. Cuando llegue el momento, todo pasará a un segundo plano. E incluso cuando creas que ha llegado, puede que ni sea así...

Lo dicho... No somos dueños de nuestro tiempo. Cada minuto es un regalo, una oportunidad, un llamamiento.

No pierdas el tiempo. Ni es tuyo, ni sabes cuánto te queda...

miércoles, 10 de octubre de 2012

Calidad de vida


La cuestión la tengo muy cercana. Déjenme hacer con ustedes una breve reflexión en voz alta, porque puede ser que nos equivoquemos de enfoque al enfrentarnos a la “calidad de vida” de nuestros mayores. Si no del todo, sí en algo...

Asumimos que la calidad de vida va asociada a la capacidad de una persona para ser feliz, para valerse por si mismo para lograrlo. Obviamente, en todo esto hay calidad de vida, pero no es lo único. La persona dependiente, la que padece una enfermedad de la que no va a mejorar nunca, también puede contar con una excelente calidad de vida si tiene a personas a su alrededor que la cuidan con amor. Puede que incluso más que otros que, aún valiéndose por si solos, no tienen a nadie cercano.

Quizá no sea cuestión —ésta de la calidad— dependiente solo de la percepción que tiene el enfermo de su propio estado. Ni de la que imaginamos los que vivimos a su alrededor. Ni siquiera de dolores, movilidades, sufrimiento y otras circunstancias objetivas. Quizá el elemento principal sea el amor. Con independencia de si es o no reconocido, de la capacidad de percibirlo.

Quizá un enfermo amado, aún en estado vegetativo o casi, incluso entre inmensos dolores y sufrimientos, puede tener mejor calidad de vida que muchas personas sanas que andan y triunfan por la vida.

Quizá lo más grave no es que no seas capaz de sostener sin ayuda la cuchara que te alimenta. Quizá lo más grave es no tener a una persona que haga eso por ti por amor...

miércoles, 3 de octubre de 2012

En cola...

Poco más de las siete y media de la mañana. Desde la ventana de la habitación de hospital, donde he pasado la noche junto a mi padre, observo cómo un grupo de personas comienza en una esquina la formación de una cola. Gentes que incluso bajan de automóviles, que se desvían de la ruta más corta. Padres que dejan a sus hijos en la acera contraria para que puedan recoger lo que se regala: un periódico gratuito.

Ya vi la escena ayer. Y supongo que la veré mañana, y que se seguirá produciendo incluso cuando yo ya no esté asomado a esta ventana... Nadie desprecia lo que es gratis. Incluso madruga y altera su comportamiento.

Y sin embargo, la salvación que Dios nos ofrece no parece contar con esas colas. Pese a ser gratis. Pese a ser para siempre. Pese a ser infinitamente más valiosa.

En estos tiempos que corren es a Dios y a su Iglesia a quien le toca salir a buscar al hombre, hacer cola para hacerse un hueco entre todos sus intereses que apenas dejan espacio para el que todo lo puede. Es curioso, pero Él nos dio libertad para que así fuera.

Pasan nos minutos de las ocho -hoy van con retraso, anoche hubo fútbol- y llega la furgoneta con los diarios, la repartidora se acerca a recoger la carga, mientras unas cuarenta personas esperan pacientemente en la cola a cierta distancia. Observan desde la distancia, supongo que no sin cierta impaciencia.

La repartidora coge un primer montón y comienza a distribuir su mercancía. Supongo que lo hacen así para evitar que nadie coja más de un ejemplar. En apenas unos minutos la cola desaparece. Las personas que cruzan por los semáforos cercanos se desvían unos metros para retirar su ejemplar. También los hay -pocos- que no lo hacen y pasan de largo. En menos de una hora la chica recogerá y habrá terminado... hasta la mañana siguiente.

Es ahora cuando se me ocurre que podía haber hecho una foto de la cola. Tendrán que fiarse de lo que les he contado. La foto, tardía, no hace justicia a la expectación. Comienzan las rondas. Dentro de poco el desayuno y después, a seguir leyendo "Las sandalias del pescador", mientras mi padre sigue ese estado de micro-sueño y el papa Cirilo I -el de la novela- pide a la Iglesia hombres con pies ligeros y espíritus ardientes...