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martes, 20 de noviembre de 2012

Año de la Fe (3): La actitud creyente


Señala Benedicto XVI en su catequesis semanal que, aunque en estos tiempos pueda parecer lo contrario, el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre en forma de anhelo o sed permanente y que, aunque de esa semilla no se puede llegar humanamente a la fe, es la base para su posterior arraigo. Como siempre les digo, él lo explica mejor: Catequesis 3.

De entre todo lo que dice el Papa —que es mucho y bueno— me gustaría reflexionar un poco sobre la actitud del creyente, la vivencia de nuestra fe, que no es estática ni única a lo largo de nuestra vida. Y como alguien —como casi siempre— hizo esta reflexión antes y mejor que yo, permítanme recomendarles un vídeo al que pueden acceder desde aquí y que se basa en un bello relato corto de Gibran Jalil Gibran, poeta cristiano libanés de una sensibilidad especial.

El texto original dice más o menos —ya saben lo que ocurre con las traducciones/adpataciones— así:

“En los días de mi más remota antigüedad, cuando el temblor primero del habla llegó a mis labios, subí a la montaña santa y hablé a Dios, diciéndole:
— Amo, soy tu esclavo. Tu oculta voluntad es mi ley, y te obedeceré por siempre jamás.
Pero Dios no me contestó, y pasó de largo como una potente borrasca.
Mil años después volví a subir a la montaña santa, y volví a hablar a Dios, diciéndole:
— Creador mío, soy tu criatura. Me hiciste de barro, y te debo todo cuanto soy.
Pero Dios no contestó; pasó de largo como mil alas en presuroso vuelo.
Y mil años después volví a escalar la montaña santa, y hablé a Dios nuevamente, diciéndole:
— Padre, soy tu hijo. Tu piedad y tu amor me dieron vida, y mediante el amor y la adoración a ti heredaré tu Reino.
Pero Dios siguió sin contestar; pasó de largo como la niebla que tiende un velo sobre las distantes montañas.
Otros mil años después volví a escalar la sagrada montaña, y volví a invocar a Dios, diciéndole:
— ¡Dios mío!, mi supremo anhelo y mi plenitud, soy tu ayer y Tú eres mi mañana. Soy tu raíz en la tierra y Tú eres mi flor en el cielo; junto creceremos ante la faz del sol.
Entonces Dios se inclinó hacia mí, y me susurró al oído dulces palabras. Y como el mar, que abraza al arroyo que corre hasta él, me abrazó.
Y cuando bajé a las planicies, y a los valles vi que Dios también estaba allí.”

¿Qué quieren que les diga? ¿Cuántas veces no hemos adoptado alguna de estas cuatro actitudes —o una mezcla de varias— en nuestra relación con Dios?

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